domingo, 6 de julio de 2008

A la goma en seco
Luis Alvarado Martínez
Prendí una veladora dibujando casi los treinta, las sonrisas de los niños me trajeron un recuerdo, eran los ochenta; años de inocencia, un niño ilusionado y su avalancha...
-- Me la regaló mi abuelita, dijo sonriendo, ¿y a ti?
-- A mí, esta resbaladilla de piedra, mira como me deslizo.
-- ¿Puedo resbalarme yo también?
Nos hicimos amigos sinceros ese día, la hora de la comida detuvo nuestro rato de diversión
--Al ratito regresas amigo...
Escupimos nuestras manos para sellar nuestra amistad, se subió a su avalancha...
--Ten mis canicas para jugar después...
Fue increíble mirarlo en su bólido, el mismo que anunciaba Chabelo en su programa de televisión; sin verlo, un camión repartidor de la Bimbo lo atropelló; yo corrí para levantarlo pero solo vi una mancha y pedazos rojos, recogí uno y luego vi otro, parecía carne molida, corrí y corrí tratando de encontrarlo para devolverle sus canicas, jamás volví a saber de él, solo miré al chofer del camión llorando y dándose de topes contra el volante, estiré mi mano dándole a él las canicas.
--Déselas a mi amigo que no lo encuentro...
Apagué las velas y abrí los regalos, después lloré ¿Y mi amigo? ¿Y la cruz a la que le dejaban piedras para recordar su inocencia marchita?
Cuánto llanto no reflejado en mi alma rebotó en mi interior.
--¿Qué tienes papá?
-- Nada hijo...
Al terminar la fiesta, salí a la calle llevando en la mano una piedra, a mi lado mi hijo me seguía, seguramente mi fugaz amigo tenía la edad de él, buscamos aquella cruz, pero ahora en aquel lugar se encontraba un edificio marcado con el número 100. Sonriéndole a mi hijo le dije:
--Esta piedra la pondré aquí en la banqueta...
--¿Para qué?
--Para que el que pase por aquí se tropiece y si se encuentra una canica de las de mi amigo tendrá que jugar a la goma en seco.

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